del color para un final.
Afuera es París, adentro letargo, desasosiego y agonía, pero no agonía pasional, sino perezosa. Agonía ebria, que ahora se apelmaza en esta tarde sin color. Increíble, pero cierto, las tardes se pueden desteñir. O mas bien, las tardes desteñidas que en una época se tiñeron se pueden desteñir, y así descubrir el gris del que están hechas... será que hay algún tinte realmente permanente? o tal vez lo que pasa es que debajo del gris está el verdadero color, y ahora cómo aprender a limpiar toda esa pintura, ese color sucio, que invade las horas del final del domingo, las tardes internas de este día, mientras afuera es París, y la esperanza de sentirlo me mantiene alerta una semana más, aunque solo baste con poner un pie afuera para impregnar el mundo, esa tarde externa parisina, con el denso mar de negro óptico, lleno de colores que alguna vez fueron, o en este caso más bien, que quisieron ser, y ahora son solo eso, un mar de todo con ganas de ser algo pero que realmente no es nada.